Cada vez me gusta más el parón de selecciones. Sé que a ti no, pero deja que me explique. Cuando los clubes encienden el modo avión, el fútbol ventila su discurso tóxico. El aire viciado del bufandismo se renueva, aunque sea por unos días. La pausa se llama ventana. Casualidad, no lo creo. A veces lo pienso; si me hace tanto bien el imperfecto fútbol internacional, cómo estará el otro. Me gusta que acérrimos rivales cotidianos se alíen y remen juntos. Me refiero a futbolistas y aficionados, claro. Las asociaciones mentales que imponen los equipos se suspenden. La baraja mezcla sus cartas. Acaso por despiste, algunas opiniones de piloto automático, no todas, desaparecen. Paren las ligas, que yo me bajo.
No todos los parones —de clubes, como yo los llamo— son iguales. Para que haya verano debe haber invierno. Está el día y su noche, la pizza en Italia y en el resto del mundo, el vaso de tubo y la copa de balón. No se puede jugar la Eurocopa cada 3 meses y el Mundial debe preservar sus 4 años de crescendo. Los grandes torneos están más vivos que nunca. Lo demostró el interés planetario por Catar 2022. El contraste entre el postizo desinterés previo al torneo y el abrumador engagement de su desenlace es un retrato fiel de nuestro tiempo. Es más importante escenificar que se está en contra de algo (y Catar dio motivos para ello) que estar en contra de algo.
Valdano, que propuso ver el Mundial en los colegios, dejó la enésima frase para enmarcar: “no se abren las páginas de deporte para recibir lecciones éticas, porque ese es un ámbito en el que todos nos sentimos campeones”.
FIFA informó que 1.500 millones de personas vieron el pirotécnico Argentina-Francia, un largometraje que el mejor guionista y una inteligencia artificial no hubieran podido concebir (cuánto nos gusta decir esto a los futboleros). El Mundial generó 6.000 millones de interacciones. Como al fútbol siempre lo comparan para mal con el rugby, la petanca o el curling, hay que sacar pecho con estos datos. Información de la pasión, no opinión. La audiencia de la última Super Bowl ascendió a 113 millones de espectadores en Estados Unidos y unos 200 en todo el mundo. De media, las últimas finales de Champions atraen a 400 millones.
Google batió su récord de búsquedas durante la final y su CEO, Sundar Pichai, calificó el partido como “uno de los mejores de la historia”, entiendo que también por lo deportivo. Explotó el tráfico en Twitter, que dedicó una sección de su plataforma a Catar 2022. Según publicó el propio Elon Musk, se alcanzaron los 24.400 tuits por segundo tras uno de los goles de Francia. El Mundial promedió 2 millones de likes al día y #WC2022 generó 147.000 millones de visualizaciones, un 226% más que #WC2018 y el doble que #Tokyo2020. No está nada, nada, nada mal para un evento que nadie iba a ver.
El parón de septiembre corta el rollo cuando uno intenta acostumbrarse al ritmo liguero. El de marzo sienta mal porque hay prisa por decidir los títulos. El de junio pilla al futbolista y al hincha con un pie en la playa… y así sucesivamente. Nadie aprecia las virtudes de una pausa necesaria, quizá la única rendija de imprevisibilidad que le queda ya al deporte y su narrativa. Las selecciones desordenan para bien. Es más difícil pronosticar —cómo quedará este partido, cómo se sentirá este individuo— y eso, creedme, es una bendición.
No te he convencido en el fondo.
Pero siempre nos quedará la forma. Aquí una selección del mejor fondo de armario internacional:
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🔥 Ropa de calentamiento, donde las marcas se sueltan la melena creativa. Mención especial para Nike x Portugal, Puma x Suiza, Adidas x Jamaica
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